martes, 29 de enero de 2013

Narraciones decadentes


1.85 metros. Complexión atlética, pelo negro, piel muy blanca y mirada perdida. Manos ágiles con los instrumentos de cuerda y con los papeles de liar. Siempre tenía una sonrisa amable y le gustaba la música que nadie conocía, odiaba a The Beatles porque decía que estaban demasiado escuchados, sobrevalorados. Él prefería alguna canción de Beck. Se llamaba... bueno, de eso ya habrá tiempo. El caso es que había quedado para tomar algo y como siempre, llegaba media hora tarde. En una fría esquina le estaba esperando ella, con su inexistente minifalda gris y sus calzas negras; con su abrigo de plumas y su gorro peludo. Ella nunca pasaba desapercibida y menos cuando sonreía así.
Entraron al bar de siempre y se sentaron en un sofá, pidieron dos pintas y hablaron, hablaron de todo. Tocaron todos los temas que se pueden tocar en una conversación entre dos personas atípicas y tocaron sus pieles, aunque sólo fueron roces fugaces.
-Perdonad, ¿váis a tomar algo más? Es que ese grupo de ahí está esperando una mesa y si no váis a pedir nada más agradeceríamos que os fuéseis.
Se fueron sí, sin pagar. Ella no soportaba que la echasen de los sitios y no estaba dispuesta a pagar aquella pinta con final amargo.
En la calle hacía frío, el Enero madrileño es lo que tiene, y a ella se le hacía tarde, perdería el autobús si no se iba ya y aún así fue ella la que le acompañó a él a su parada. Allí había cuatro señoras de avanzada edad y  altos moños de peluquería que desafiaban a la gravedad y que desentonaban a esas horas de la noche, pero también esperaban a aquel estúpido autobús. Les observaban y sacaban conclusiones aunque ellos, absortos en sus conversaciones de doble sentido no se daban cuenta. Así pasaron veinte minutos más hasta que ella vio llegar su autobús al lado contrario de la calle y él, que era un caballero la acompañó y tras una eterna despedida de sonrisas, abrazos y un cobarde beso en la comisura de los labios se subió al autobús pensando en que por qué demonios no le habría besado y se lo habría llevado a algún oscuro rincón; y él, él volvió a su parada con las alegres ancianitas.

Cuando ella llego a casa, defraudada consigo misma, lo primero que hizo fue encender el ordenador, quería seguir hablando con él, siempre quería más.
Al cabo del rato una ventana emergió en la pantalla y era él:

XY: ¿Te acuerdas de que te dije que no te puedes fiar de los termometros de la calle? Cuando quedamos marcaba -2ºC que lo vi contigo y luego, en la parada de las viejas 5ºC. Que por cierto, les molé, ya te lo dije ja,ja,ja.

XX: ¿A quién? ¿A las viejas? Ja, ja, ja. Estabas locas contigo. *Estaban. ¿Qué les diste?

XY: Me contaron de todo, no sé. Estaban empeñadas en que había una historia de amor pasional entre tú y yo, no había forma de convencerlas; era como si les estropearas la novela. Y luego casi se sientan conmigo en el bus.

XX: Ay, qué monas ja, ja, ja.

XY: Pero hice un Juan Tamariz hacia atrás ja,ja

XX: Tío, pero así nunca sabrás el final de la novela, ¡no dejes solas a las abuelas!
XY: Que canteo, tampoco eran tan mayores...

XX: A lo mejor se criaron en un pueblo perdido.

XY: Colmenar Viejo ja, ja, ja. Hubo mucha conversación como ves.

XX: Sí, pero la historia de amor pasional me ha matado.

XY: Me decían: -Pero no te vayas a la playa muchacho, que la vas a echar de menos...
XX: ¿Me echaste de menos en la playa?

XY: Sí, un poco sí, y lo sabes. Las abuelas me hicieron caer en razón. Ja, ja, ja.

XX: Ja, ja, ja. No te preocupes que yo también te eché de menos y no me lo dijo ninguna abuela.

XY: Ja, ja, ja, ja. Qué guay.

XX: De hecho el otro día, cuando me dijiste que habías vuelto antes, me hice una fiesta a mí misma sin saber por qué. Fue muy gracioso porque acto seguido el router se fue al carajo.
XY: Subida de tensión por la fiesta. Ja, ja, ja. Sí, yo me hubiera quedado un par de días más, pero sí te echaba de menos, sí. No me hubiera quedado tres.
[...]

Un año, un año entero pasaron sin verse y casi sin hablar y cuando se volvieron a ver ella seguía igual: alegre, cálida, enamorada; pero él ya sólo se preocupaba de tener suficiente suministro de hierba. Le habían echado de su casa, tenía problemas con la justicia y ni un duro en el bolsillo. Ella supo enseguida que esa sería una de las últimas veces que le vería, aunque quería pensar que podía ayudarle de alguna manera, pero nunca pudo. Él no se dejaba ayudar.



Ella, 1,72 de alegría infinita y piel canela, ojos negros penetrantes y sonrisa afilada; siempre con un cigarrillo en la mano, mujer de curvas; de escotes infinitos y minúsculas minifaldas. Ella prefería a The Beatles. Llevaba una vida aparentemente sencilla, rodeada de personas que la querían y que la valoraban pero convivía con su peor enemiga. La llamó Equis y durante algún tiempo dominó todas sus acciones. Equis se adueñó de su vida y de sus relaciones, discutía constantemente con todo el mundo y se pasaba las horas sola paseando por la ciudad. Equis no comía nunca, se alimentaba de las curvas que a ella le quitaba y se lo prohibía todo. Equis devoró 26 kilos de masa corporal y toda su luz. Le hacía mentir a todas horas.
Estuvieron a punto de internarla aquella Navidad y cuando ya no pudo más le pidió ayuda. Creyó que él estaría a su lado y que juntos conseguirían echar a Equis. Él se limitó a preocuparse aquella noche y nunca más.

Afortunadamente, ella contaba con la ayuda de innumerables personas que sí la querían y que la apoyaron e incluso la obligaron a hacer cosas contra su voluntad. Cosas que le salvaron la vida y que nunca olvidará. Y ahora que ya estaba bien se preguntaba cómo estaría él, dónde viviría y si no era demasiado tarde. La pobre le perdonó el hecho de que la dejase tirada sólo porque creyó que él ya tenía demasiados problemas y que no podía con más. Ilusa.
Le volvió a ver. Cuarenta minutos de reloj duró el encuentro y la conversación más estúpida que jamás había tenido. No os podéis hacer la idea de la cara que se le quedó cuando él le dijo que estaba dispuesto a follársela de vez en cuando pero que no la quería, que estaba horrible y que le gustaba más antes. Qué delicados y sutiles pueden ser a veces los hombres. No creo que haya peores palabras que decirle a una mujer que acaba de salvar su vida por los pelos y que lo único que ha intentado ha sido hacerle sonreír siempre.
[...]

Hoy ella es otra, olvidó toda esta historia y vive su vida como quiere, ya no va a perder más tiempo. Si os la encontráis sabréis quién es por su forma de caminar. Pisa fuerte y a buen ritmo, nada la podrá parar.

4 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu blog.
    Dí con él de casualidad, si es que las casualidades existen.
    Al leer esta entrada, se me ha echo amargo el trago de café.
    En mi humilde opinión, una chica de sonrisa infinita, que prefiere a los Beatles, hace bien en no conformarse con Mr.XY.
    Busca en el resto del alfabeto la combinación que encaja con tu paso firme y rítmico.

    Un saludo,

    Pruna Dolça

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  2. Tranquila Pruna Dolça, estoy segura de que ella encontrará a algún ser atípico con el que sincronizar pisadas.

    Gracias por leerme, espero que el próximo café sea más dulce.
    Un saludo.

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  3. Gracias a tí, por hacernos sonreir y conmovernos al mismo tiempo con tus relatos, y despertarnos el apetito con tus originales recetas.
    Y disculpa la "h" que se me cayó antes en el café...cosas que pasan cuando escribes desde el smartphone, y tienes dedos cortos, torpes y regordetes ;)

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  4. No pasa nada, a mí a veces también se me escapan las haches, se me transmigran las comas y se me evaporan las tildes... Somos humanos!

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