sábado, 12 de enero de 2013

A mi Bilbao


 Bilbao


Entró en la sala y un olor a cera nubló el resto de sus sentidos.
Entonces marcó el 908 en su guía de audio. Un tal Anish Kapoor hablaba sobre los materiales que utilizó para componer esta obra y del momento que le llevó a hacerlo, pero ella ya no prestaba atención a las palabras que llegaban a sus oídos. Había allí en esa misma sala unos ojos curiosos que recorrían sus piernas. Él era un hombre de unos treinta años. Alto, poco agraciado. Pero con una mirada infantil que conseguía desconcertarla.


Dejó los ojos y volvió al arte.
La cera roja se derretía sobre un rincón blanco. Entonces le pareció escuchar algo extraño en la guía. Decían que después de un período de tiempo indeterminado se disparaba un nuevo bloque de cera hacia el rincón.
Así que se apoyo en la pared para ver el "fenómeno". Cansada de esperar se fue dejando caer hacia el suelo con mucho cuidado para que su falda no la traicionase. Esos ojos volvían a mirarla. No supo por qué, pero en aquel instante los gritos de Ander desde la 98 resonaron con más fuerza en su cabeza. Ojalá el tiempo se parase. Pensó. Esa cera roja le traía el amargo recuerdo del asesinato de su madre, la locura de su padre, el viento y la lluvia roja de aquel día.
Cansada de esperar el disparo de cera decidió darle un margen de quince minutos más al técnico, si no aparecía se iría. En aquella sala el pasado se le mezclaba con el presente y era desagradable.


 Más de treinta personas aglutinadas en la sala esperaban ver cómo un hombre introducía un gran bloque de cera en un cañón metálico para que, ese mismo bloque, acabase estampado en la pared. Le empezaba a resultar algo estúpido, pero se quedó.
Toda esa gente esperaba sentir lo mismo que ella, algo inesperado, diferente, indescriptible. Las ganas de fumar empezaban a ser cada vez más notables. Maldita dependencia.
Todo el mundo se levantó cuando un hombre de una mínima talla vestido con un mono verde botella entró en la gran sala blanca. Olía aún más a cera. Se impuso el silencio, hasta que comenzaron los ruidos metálicos del cañón.








El hombre, entonces esperó. Un gran estruendo precedió al choque de la cera contra la pared. ¿Qué había sentido? El pasado. Gorka. Y en su cabeza se dirigió a él. Quiero estar contigo, no con tu recuerdo.




El técnico, impasible, se sentó en una silla entre los bloques de cera y él y sus patillas adoptaron una posición de espera. La sala se vació.
Tomó el ascensor para bajar. Tres turistas holandeses reían y disfrutaban de sus vidas. Se vio más sola que nunca y aquello le produjo un bienestar inesperado.



Salió del ascensor y tomó un pasillo angosto en 
el que había obras extrañas. 
Se quedó mirando una escultura que tenía 
una acusada forma de vagina gigante, de color russian red. 
Del final del pasillo salía una canción de sobra 
conocida por ella: Butterflies and hurricanes de Muse. Se desconcertó.









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