Como cada sábado desde hace un par
de semanas, me veo a mí misma,
rodeada de folios cuyo contenido
no me interesa, ni me motiva. Como cada sábado
intento distraer mi mente de las gilipolleces
que la invaden, quiero huir de ellas,
al menos los sábados;
los domingos duelen menos.
Como cada sábado y cada día
desde que lo adquirí, mi teclado
escribir, me exaspera.
Y como cada sábado me frustro
al pensar que, una semana más, te he estado
observando cada mañana y compartiendo,
el oxígeno que me rodea, contigo;
y pienso, como cada sábado, que no es suficiente.
Los sábados necesito más. Lo necesito todo.
Entonces me desnudo frente al espejo y pienso si
naturaleza escondida tras unos tejidos
cada vez más sintéticos.
Qué fácil es desnudar el pensamiento
y el deseo en un papel, qué fácil sincerarse
cuando tienes la certeza de que
nadie leerá nunca tus palabras,
sin tu permiso.
Qué terrible poder sincerarse solamente
con un folio que no responde,
ni te abraza, ni te entiende.
Qué terrible no tener el valor
de confesar la verdad a un igual.
El temor del juicio.
Si yo pudiera controlarme no te visitaría,
ni te arroparía con adjetivos
dulces y arrulladores.
No se me ocurriría intentar
rozar tu ombligo cuando nadie
se da cuenta, ni siquiera tú.
A veces soy demasiado discreta.
Si pudiera controlarme mi pulso sanguíneo
no aceleraría su imparable movimiento
y no se volvería sonoro, si pudiera controlarme.
Si las ventanas no reflejasen mi soledad,
ni los espejos, ni cualquier otra superficie del estilo.
Si los suelos no reprodujesen sólo
el sonido de mis solitarias pisadas.
Cuando tú caminas la oigo a ella
caminar, a tu lado, y me erizo
como un gato y bufo en mi interior
y saco las uñas y me araño
una y otra vez, y te miro,
y me vuelvo a desarmar.
No camines, quédate aquí conmigo.
Los sábados soy débil, soy nada.
Sólo soy si te veo doblar la esquina, dos calles más abajo.
(Imágenes de Fab Ciraolo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario