Al levantarse siempre se tropieza con las zapatillas, aunque encienda la luz que corona la cima de su estantería de apuntes infinitos. Recorre el pasillo hasta llegar a la cocina y se sirve un café. Siempre desayuna con dibujos animados porque por muchos años que llegue a cumplir, en el fondo siempre será una niña traviesa.
Luego vuelve a su habitación y se lía un cigarrillo que, acto seguido, enciende en el baño. Se mira en el espejo y sus ojeras le dibujan una sonrisa; su ausencia significaría que la noche anterior no le vio.
Entonces se para a pensar en todas las historias que ha vivido y se da cuenta de lo afortunada que es de poder vivir así como vive, rodeada de un estrés que le ayuda a realizar todo cuanto se propone: trabajos, exposiciones, tareas del hogar y viajes veraniegos en cualquier estación del año.
Aprendió a base de caídas, pero aprendió; a valorar su vida y la del resto y a ordenar su tiempo, aunque no su habitación, siempre llena de papeles y libros, de ropa y recuerdos de momentos que se niega a olvidar.
Ella al levantarse siempre está despeinada y sonriente porque sabe que algún día volverá a estar a medio centímetro de ti y no a cuatrocientos kilómetros.