jueves, 21 de enero de 2016

Caperucita Roja

Me habían dejado en bragas. Metafóricamente, claro, pero así era.
Caperucita, o como quiera que se llamase esa hija de su madre, me había jodido pero bien.

Cuando la conocí todo era maravilloso, siempre salía el arcoíris y brillaba la luna al anochecer. Comíamos perdices, por supuesto; ellas solitas se metían en la cazuela. Me sentía pleno a su lado, feliz como un gorrino. 
Un buen día la llevé a un claro del bosque. Las luciérnagas iluminaban a nuestro alrededor y entonces me arrodillé y le pedí matrimonio. Le regalé el diamante más gordo que jamás había visto. Ella aceptó, por supuesto y yo me moría de amor.

Así vivimos dos meses, prometidos y felices y nos casamos en la más bella iglesia de la villa. Mis invitados reían y cantaban felices en el banquete. El suyo se limitaba a mirar el reloj. Su único invitado, un tal Señor Lobo. Un señor muy educado; y pulcro hasta el extremo. No me gustaba pero al fin y al cabo era su mejor amigo y sus amigos eran mis amigos.

Aquella misma noche, la noche de bodas, el Señor Lobo no tenía donde dormir así que, en un acto de bondad y amor hacia mi mujer lo invité a dormir en nuestra casa. Cuál fue mi sorpresa cuando me vi a mí mismo durmiendo en el sofá; y al Señor Lobo metido en mi cama con mi mujer. Desde luego no era la noche de bodas que me imaginaba pero si ella era feliz yo también.
Qué inocencia la mía.

Al día siguiente ninguna perdiz se presentó en la cazuela y esto ya vaticinaba un cambio, pero dentro de mi extrema estupidez no le di la menor importancia. Ni a esto ni al hecho de que en las dos siguientes semanas, mi mujer sólo apareciera en casa para cambiarse de ropa. Estaba muy ocupada ayudando a su abuelita a tejer patucos para nuestros futuros hijos. Y yo, nuevamente como un tonto, me lo creí.
 
Aquel día hacía justo un mes de nuestro enlace y me fui a cazar perdices, a ver si así conseguía volver a comerme alguna. Me tuve que conformar con un par de palomas cojas a las que convertí en un auténtico manjar. Lo mejor para mi Caperu.

Ella se presentó diez minutos tarde; bellísima, con una belleza exultante que nunca antes había mostrado. Era una belleza feroz, peligrosa, encendida. Llevaba un precioso lazo rojo en el cuello que reconozco, me tenía hipnotizado.

-       ¿Quieres verlo más de cerca? Me dijo flirteando. 

Se acercó a mí mientras se desanudaba el lazo y me rodeó con él desde atrás. Dio un fuerte tirón y no paró hasta que exhalé mi último aliento.
No podía comprender por qué mi amada mujer, mi Caperu, me había asesinado a sangre fría, no pude, hasta pasados dos minutos, cuando el Señor Lobo abrió la puerta. 

-       Querida, yo limpiaré todo rastro, tú ve a descansar y enseguida estaré contigo.


Por lo visto, esa hija de una hiena, ni siquiera me dio el honor de ser su primera víctima. Mi querida exmujer y el Señor Lobo eran una pareja de profesionales. Sí, de esos que se encargan de liquidar a todos los hombres ricos con los que se van topando. Ella los mataba y Lobo lo limpiaba todo, era un maldito obseso de la limpieza. Después se pulían la herencia y buscaban un nuevo idiota al que desplumar. 

Eran infalibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario