viernes, 22 de enero de 2016

Recopilación




Mil amaneceres; dices que me faltan.
Dices que no he vivido.
Que no sé nada y que la vida que yo he visto no es
sino nada.

Dices mucho
y es evidente, sabes más que yo.

Y digo yo que saber y hacer son verbos muy distintos
y quizás yo no sepa aún vivir
pero estoy viviendo.

Tú sabes vivir
y sin embargo te estás muriendo.

Me atrevo a afirmar que soy más de lo que crees que soy y que llegaré a ser mucho más.

Me atrevo a jurar que te demostraré de todo cuanto soy capaz.


Me dan miedo las noches.
Me aterra el despertar.
Son sueños de derroches,
sueños que quisiera derrotar.

Quién pudiera controlar 
lo que hacemos al soñar.
Quién pudiera desterrarte 
de este nocturno altar.

Y de madrugada despierto
y no puedo respirar,
mis ventanas se han cubierto
y me tumbo a divagar.

El mundo se derrumba;
plácido y eterno.
El mundo que será mi tumba.

Y tú tan lejos de mí,
como yo de ti.

Y me desnuda la verdad atroz.
Me arranca la vida cuando ella te besa.
Con uñas y dientes, 
verdad feroz.




Me deleitaré una noche más con el recuerdo de tu olor ausente.
Me torturaré una noche más pensando que perdí en mi juego favorito. Que te deje escapar.

Que me dejaste allí contigo, pero sin ti, esperando una llamada que nunca llegó.
Y es que, quizás no era el momento; y quizás no lo sea jamás.

Me deleitaré una noche más.







Y Dignidad se levantó y tomó el control. 
Abrió sus alas rojas y se largó. 
Sin sangre, sin dramas 
y aún saboreando el olor de la tela viciada.










Quiero querer quererte sin querer.
Quererte despistada, sin querer.

Quiero, de eso no hay duda.
Quiero volar y quiero correr.
Quiero sentir: tocar y oler.
Quiero de ti lo que no puede ser.

Quiero querer no volver a querer.







Que rompan las olas en el borde del abismo y lo erosionen. Que rujan y truenen en un infinito vaivén de sentimientos alternos.

Que duela, que muerda y desgarre por dentro. Que mueva y haga temblar todo mi ser.

Que me deje en los huesos y pidiendo de rodillas que nunca cese el placentero dolor de ser esclava. Sierva que nunca vive para sí.

Que levanten el vuelo todas las aves del mundo y con sus alas batan el aire, que se lleve todo cuanto me sobre en tu balcón.

La maldición de tener un carámbano dentro del pecho torna gélida cada caricia y palabra desde mis ojos. Ojos 
que un día fueron algo más que agua rompiendo en el borde del abismo.





Y se quedó en aquel minuto en que sus miradas se cruzaron y sus ojos dijeron las verdades más atroces sobre la libertad y el dolor. Se desgarró un tercer corazón en
discordia, un pasatiempo en papel reciclado; los ecos de un pasado finito. 
Sólo su voz podía traducir lo que sus ojos gritaban en el silencio del tiempo estático, su voz temblorosa y cobarde que siempre calló.
Y allí vivió el resto de sus miserables días el alma de un poeta aferrado a un minuto de auténtica verdad feroz.




Y la verdad es que no valéis la pena, vosotros; aquellos que os creéis superiores al resto para haceros sentir bien. Sois un grano infecto en lugar incómodo y visible. Los que
discrimináis al resto en función de unos criterios válidos únicamente en vuestra cabeza.

Sois lo más bajo y rastrero adorándoos y alabándoos continuamente y presumiendo de unas cualidades que no poseéis. Qué cansada me tenéis.

Vuestra altiva montaña de ego y orgullo no es más que mierda apilada que os atrapa los pies.

La cantidad de minutos que desperdicié escuchando vuestras razones de wikipedia y del rincón del vago.




Se ha parado, insolente frente a mí y me mira, déspota y altiva. Se ha parado y ya no avanza; se jacta convirtiendo en años los efímeros segundos.

Es un tiempo estático, detenido y artificial; nos lastima, me desgarra y torna en muerte todo cuanto roza.

Y allí sigue, detenida, la anoréxica aguja que solía medir los años en segundos.






En otoño se encogen las razones que di. En otoño el frío me cala por dentro y se cuela en los rincones más abstractos de mi sistema nervioso. 
No verte es desesperante, el tiempo se detiene y el otoño es eterno.




Apenas le dio tiempo a esconderse, a atravesar en silencio todas las puerta de aquella casa que pensaba desvalijar cuando alguien entró en la habitación y encendió una vela. Ella desabrochó un botón de su vestido y este cayó al suelo, su única vestimenta; se tiró en la cama y sonrió. Él no entendía por qué ella empezaba a acariciarse toda su piel con las manos. Las caricias cada vez eran más violentas, se arañaba y se agarraba una y otra vez hasta que empezó a tocar sus senos. A él le latía el corazón tan fuerte que pensó que le descubriría pero ella estaba demasiado entregada a la pasión. Sus dedos la penetraban una y otra vez, cada vez con menos suavidad, cada vez con más violencia y velocidad. Cada vez su respiración era más intensa hasta que de pronto todo paró. Su rostro, hasta ahora deformado por el placer, volvió a la normalidad y tras un par de minutos se levantó, cogió su vestido, sonrió a la cerradura del armario, le lanzó un beso y desapareció.




No hagas preguntas cuya respuesta no quieras saber princesa, el mundo es un lugar hostil donde se comercia con la belleza y donde no hay sitio para la dignidad. Quizá algún día entiendas que lo que nunca quise fue romperte pero me pudo el ansia de crecer. Cercené tus ganas y tus sueños y me hice reina en este caos y tú, pobre esclava, sólo menguas cada día un poco más. Me duele ser así, tan oportunista, tan severa y tan fría y algún día, princesa, te mataré.






Al final todo se reduce a lo mismo. Recuerdos será lo único que quede de nuestros latidos porque la auténtica certeza es que toda vida termina y lo que nos diferencia es cómo vivir, mientras morimos.





No se puede luchar contra la naturaleza humana. No se pueden poner barreras ni fronteras porque de nada sirven; sólo buscamos retrasar lo inevitable y cuanto más lo frenemos con más fuerza nos estallará en la cara. Es tiempo de reflexión y análisis y no me quedan horas en mis días para tal empresa. Es tiempo de mover el afil; jaque mate.

jueves, 21 de enero de 2016

Caperucita Roja

Me habían dejado en bragas. Metafóricamente, claro, pero así era.
Caperucita, o como quiera que se llamase esa hija de su madre, me había jodido pero bien.

Cuando la conocí todo era maravilloso, siempre salía el arcoíris y brillaba la luna al anochecer. Comíamos perdices, por supuesto; ellas solitas se metían en la cazuela. Me sentía pleno a su lado, feliz como un gorrino. 
Un buen día la llevé a un claro del bosque. Las luciérnagas iluminaban a nuestro alrededor y entonces me arrodillé y le pedí matrimonio. Le regalé el diamante más gordo que jamás había visto. Ella aceptó, por supuesto y yo me moría de amor.

Así vivimos dos meses, prometidos y felices y nos casamos en la más bella iglesia de la villa. Mis invitados reían y cantaban felices en el banquete. El suyo se limitaba a mirar el reloj. Su único invitado, un tal Señor Lobo. Un señor muy educado; y pulcro hasta el extremo. No me gustaba pero al fin y al cabo era su mejor amigo y sus amigos eran mis amigos.

Aquella misma noche, la noche de bodas, el Señor Lobo no tenía donde dormir así que, en un acto de bondad y amor hacia mi mujer lo invité a dormir en nuestra casa. Cuál fue mi sorpresa cuando me vi a mí mismo durmiendo en el sofá; y al Señor Lobo metido en mi cama con mi mujer. Desde luego no era la noche de bodas que me imaginaba pero si ella era feliz yo también.
Qué inocencia la mía.

Al día siguiente ninguna perdiz se presentó en la cazuela y esto ya vaticinaba un cambio, pero dentro de mi extrema estupidez no le di la menor importancia. Ni a esto ni al hecho de que en las dos siguientes semanas, mi mujer sólo apareciera en casa para cambiarse de ropa. Estaba muy ocupada ayudando a su abuelita a tejer patucos para nuestros futuros hijos. Y yo, nuevamente como un tonto, me lo creí.
 
Aquel día hacía justo un mes de nuestro enlace y me fui a cazar perdices, a ver si así conseguía volver a comerme alguna. Me tuve que conformar con un par de palomas cojas a las que convertí en un auténtico manjar. Lo mejor para mi Caperu.

Ella se presentó diez minutos tarde; bellísima, con una belleza exultante que nunca antes había mostrado. Era una belleza feroz, peligrosa, encendida. Llevaba un precioso lazo rojo en el cuello que reconozco, me tenía hipnotizado.

-       ¿Quieres verlo más de cerca? Me dijo flirteando. 

Se acercó a mí mientras se desanudaba el lazo y me rodeó con él desde atrás. Dio un fuerte tirón y no paró hasta que exhalé mi último aliento.
No podía comprender por qué mi amada mujer, mi Caperu, me había asesinado a sangre fría, no pude, hasta pasados dos minutos, cuando el Señor Lobo abrió la puerta. 

-       Querida, yo limpiaré todo rastro, tú ve a descansar y enseguida estaré contigo.


Por lo visto, esa hija de una hiena, ni siquiera me dio el honor de ser su primera víctima. Mi querida exmujer y el Señor Lobo eran una pareja de profesionales. Sí, de esos que se encargan de liquidar a todos los hombres ricos con los que se van topando. Ella los mataba y Lobo lo limpiaba todo, era un maldito obseso de la limpieza. Después se pulían la herencia y buscaban un nuevo idiota al que desplumar. 

Eran infalibles.